domingo, 1 de julio de 2018

Una vez vi un mundial

Ya teníamos encima 14 horas de viaje, en rutas con semáforos y calzadas en reparación, con 5 controles policiales en los que nos pedían portar todo el tiempo nuestro FAN ID y un mal humor reinante en un micro con asientos que no se reclinaban y un chofer que si bien era un peligro al volante, respetaba una sola norma de tránsito: la de no exceder la velocidad permitida.

Faltaba poco para llegar y me puse a charlar con Diego Iglesias, periodista de la radio Metro que tenía que salir al aire a las 16 horas de acá y no tenía mucha batería en el celular, le presté mi cargador portátil y salió el tema de que vivía en China, eso se transformó en un bombardeo de preguntas que permitió que el tiempo fluya con mayor facilidad y que me ligue (según me dijeron) un saludo por la radio.

A las 15.30 horas estábamos en Kazán, que parecía un ciudad argentina, no se veían rusos en las inmediaciones del estadio, salvo aquellos que formaban parte de la organización o los que atendían los negocios, franceses había pocos, tan pocos que la canción era “pasala vos, dámela mí, vinieron todos en un remís”, había muchos peruanos (siempre bancándonos) y chinos, que vinieron a ver a Messi (no a la selección). 
Las inmediaciones al estadio tenían espectáculos artísticos callejeros, algo raro de encontrar en la previa a un partido de fútbol, cuando en verdad se esperaba el olor a chori y la melodía de la hinchada enardecida.


Llegamos a tiempo a la cancha, pude enganchar un wifi en un bar para avisar que había llegado y luego perdí todo tipo de señal, había una conexión a wifi en la que te pedían poner el número de celular para que te llegue un mensaje de texto y así puedas iniciar sesión, algo totalmente ridículo, ya que la mayoría de los asistentes éramos extranjeros y contar con un número de teléfono y señal de roaming era bastante complicado. De todas maneras ¿quién necesita internet cuándo frente a tus ojos vas a tener uno de los eventos más importantes de la humanidad?

La algarabía argenta erizaba la piel y enorgullecía el sentimiento colectivo, éramos ese puño cerrado gritando por Argentina. Las camisetas de clubes antagónicos se entremezclaban en una misma ronda en la que se compartía una cerveza, un mate o un abrazo. Todos marchábamos a ser ese mítico jugador número 12, a bancar al equipo en directo, a influir con nuestro aliento en el ánimo de los que iban a acariciar la redonda.

Los controles de seguridad eran exhaustivos, estaba prohibido llevar trípodes de cámaras, ni lo sabía y pasé el control con el trípode en la mano, enseguida me mandaron a la entrada nuevamente para que lo deje en un lugar. Era todo un tema el tener que salir para volver a entrar, por lo que decidí meter el trípode en la mochila y pasar por otro puesto, pusieron la mochila en el scaner, luego la abrieron, vieron el trípode adentro y sin decirme algo al respecto me hicieron pasar sin ningún problema.

Entrar a un estadio provoca siempre ese vértigo inexplicable, ese pasto verde brilloso y las tribunas colmadas de hinchas te emociona hasta la médula. En el mundial todos nos transformamos en niños, nos sorprendemos como niños, lloramos y gritamos como niños, yo sin dudarlo era un niño, ese niño que en el mundial del 98´ tras haber perdido contra Holanda lo llevaron a tomar un helado para consolarlo y el heladero le dijo “ya vas a ver a la Argentina campeón del mundo, sabés la cantidad de mundiales que te quedan por ver” y ahí estaba el niño ilusionado con esa frase, todos los mundiales esa frase aparece como alentadora y quizás sea éste el mundial de verlo.

Fui con mi entrada en la mano buscando el asiento, me había tocado la puerta 6, área 114 b, fila 4, asiento 14. ¿Qué significa eso? Que sorprendentemente estaba atrás del arco, a tan sólo cuatro filas del campo de juego, a un punto tal que los suplentes de la selección estaban al lado nuestro mientras hacían el precalentamiento. Algo increíble esa ubicación, especialmente porque había sacado la entrada más barata de todas, a veces (muy pocas veces) termino cayendo bien parado.




El gol de penal de Francia lo vi al lado, eso no impidió que la hinchada deje de alentar y ese aliento se incrementó con el gol de Di María que dio el empate y el gol de Mercado que nos llevó al ánimo de victoria. El empate de Francia empezó a desmoralizarnos y ni hablar los dos goles sucesivos. Dejamos de cantar, nos amargamos, parecía una pesadilla, la ilusión de tenerlo todo y luego perderlo en un minuto, nos desbarrancamos y lo mismo le pasó al equipo. Agüero nos hizo respirar un poco, pero ya estábamos terminados, la última jugada con el gol de Fassio la tuve al lado, fue tremendo, si eso hubiese sucedido creo que entrábamos todos al campo de juego a abrazarlos, sin importarnos la seguridad, el FAN ID y la deportación… Pero no… La realidad fue cruda y triste, fue el partido más hermoso que tuvo el mundial hasta ahora, un partido en el que daban envidia los espectadores neutrales, ya que lo disfrutaron sin poner en juego sus sentimientos. Fue tedioso vivirlo como argentino, una ciclotimia de sentimientos que te terminan angustiando más de la cuenta. 


Estábamos afuera de la copa del mundo, un sentimiento confuso de alegría por haber visto un partido del mundial mezclado con la tristeza del adiós. Nos quedamos un rato sentados en la cancha mirando hacia la nada, puteando a los rusos que con cortesía nos decían “goodbye”, pero que no entendían que nosotros lo interpretábamos con un adiós a la copa. Por dentro puteaba a todos, desde los franceses a los rusos, desde Sampaoli hasta Messi, no se salvó ninguno, incluso puteé al heladero que me ilusionó con que algún día iba a ver campeón a la Argentina.

Pero no caben dudas de que ir a ver un partido del mundial y más que nada un partido de la selección, es uno de los gustos más hermosos que nos podemos dar en la vida, espero que pueda tener nuevamente la experiencia de ver el mundial en la cancha y ojalá que en Qatar pueda decir finalmente que el heladero tenía razón.


Pueden ver el video en mi canal de YouTube Haciendo clik acá



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