Una vez vi un mundial
Ya teníamos encima 14 horas de viaje, en rutas con semáforos
y calzadas en reparación, con 5 controles policiales en los que nos pedían
portar todo el tiempo nuestro FAN ID y un mal humor reinante en un micro con
asientos que no se reclinaban y un chofer que si bien era un peligro al
volante, respetaba una sola norma de tránsito: la de no exceder la velocidad
permitida.
Faltaba poco para llegar y me puse a charlar con Diego
Iglesias, periodista de la radio Metro que tenía que salir al aire a las 16
horas de acá y no tenía mucha batería en el celular, le presté mi cargador
portátil y salió el tema de que vivía en China, eso se transformó en un
bombardeo de preguntas que permitió que el tiempo fluya con mayor facilidad y
que me ligue (según me dijeron) un saludo por la radio.

A las 15.30 horas estábamos en Kazán, que parecía un ciudad
argentina, no se veían rusos en las inmediaciones del estadio, salvo aquellos
que formaban parte de la organización o los que atendían los negocios,
franceses había pocos, tan pocos que la canción era “pasala vos, dámela mí,
vinieron todos en un remís”, había muchos peruanos (siempre bancándonos) y chinos,
que vinieron a ver a Messi (no a la selección).
Las inmediaciones al estadio
tenían espectáculos artísticos callejeros, algo raro de encontrar en la previa a
un partido de fútbol, cuando en verdad se esperaba el olor a chori y la melodía
de la hinchada enardecida.
Llegamos a tiempo a la cancha, pude enganchar un wifi en un
bar para avisar que había llegado y luego perdí todo tipo de señal, había una
conexión a wifi en la que te pedían poner el número de celular para que te
llegue un mensaje de texto y así puedas iniciar sesión, algo totalmente
ridículo, ya que la mayoría de los asistentes éramos extranjeros y contar con
un número de teléfono y señal de roaming era bastante complicado. De todas
maneras ¿quién necesita internet cuándo frente a tus ojos vas a tener uno de
los eventos más importantes de la humanidad?
La algarabía argenta erizaba la piel y enorgullecía el
sentimiento colectivo, éramos ese puño cerrado gritando por Argentina. Las
camisetas de clubes antagónicos se entremezclaban en una misma ronda en la que
se compartía una cerveza, un mate o un abrazo. Todos marchábamos a ser ese
mítico jugador número 12, a bancar al equipo en directo, a influir con nuestro
aliento en el ánimo de los que iban a acariciar la redonda.
Los controles de seguridad eran exhaustivos, estaba
prohibido llevar trípodes de cámaras, ni lo sabía y pasé el control con el
trípode en la mano, enseguida me mandaron a la entrada nuevamente para que lo
deje en un lugar. Era todo un tema el tener que salir para volver a entrar, por
lo que decidí meter el trípode en la mochila y pasar por otro puesto, pusieron la
mochila en el scaner, luego la abrieron, vieron el trípode adentro y sin
decirme algo al respecto me hicieron pasar sin ningún problema.
Entrar a un estadio provoca siempre ese vértigo inexplicable,
ese pasto verde brilloso y las tribunas colmadas de hinchas te emociona hasta
la médula. En el mundial todos nos transformamos en niños, nos sorprendemos
como niños, lloramos y gritamos como niños, yo sin dudarlo era un niño, ese niño
que en el mundial del 98´ tras haber perdido contra Holanda lo llevaron a tomar
un helado para consolarlo y el heladero le dijo “ya vas a ver a la Argentina
campeón del mundo, sabés la cantidad de mundiales que te quedan por ver” y ahí
estaba el niño ilusionado con esa frase, todos los mundiales esa frase aparece
como alentadora y quizás sea éste el mundial de verlo.
Fui con mi entrada en la mano buscando el asiento, me había
tocado la puerta 6, área 114 b, fila 4, asiento 14. ¿Qué significa eso? Que sorprendentemente
estaba atrás del arco, a tan sólo cuatro filas del campo de juego, a un punto
tal que los suplentes de la selección estaban al lado nuestro mientras hacían
el precalentamiento. Algo increíble esa ubicación, especialmente porque había
sacado la entrada más barata de todas, a veces (muy pocas veces) termino
cayendo bien parado.
El gol de penal de Francia lo vi al lado, eso no impidió que
la hinchada deje de alentar y ese aliento se incrementó con el gol de Di María
que dio el empate y el gol de Mercado que nos llevó al ánimo de victoria. El
empate de Francia empezó a desmoralizarnos y ni hablar los dos goles sucesivos. Dejamos de cantar, nos amargamos, parecía una pesadilla, la ilusión de tenerlo
todo y luego perderlo en un minuto, nos desbarrancamos y lo mismo le pasó al
equipo. Agüero nos hizo respirar un poco, pero ya estábamos terminados, la
última jugada con el gol de Fassio la tuve al lado, fue tremendo, si eso
hubiese sucedido creo que entrábamos todos al campo de juego a abrazarlos, sin
importarnos la seguridad, el FAN ID y la deportación… Pero no… La realidad fue
cruda y triste, fue el partido más hermoso que tuvo el mundial hasta ahora, un
partido en el que daban envidia los espectadores neutrales, ya que lo
disfrutaron sin poner en juego sus sentimientos. Fue tedioso vivirlo como
argentino, una ciclotimia de sentimientos que te terminan angustiando más de la
cuenta.
Estábamos afuera de la copa del mundo, un sentimiento confuso de
alegría por haber visto un partido del mundial mezclado con la tristeza del
adiós. Nos quedamos un rato sentados en la cancha mirando hacia la nada,
puteando a los rusos que con cortesía nos decían “goodbye”, pero que no
entendían que nosotros lo interpretábamos con un adiós a la copa. Por dentro
puteaba a todos, desde los franceses a los rusos, desde Sampaoli hasta Messi,
no se salvó ninguno, incluso puteé al heladero que me ilusionó con que algún
día iba a ver campeón a la Argentina.
Pero no caben dudas de que ir a ver un partido del mundial y
más que nada un partido de la selección, es uno de los gustos más hermosos que
nos podemos dar en la vida, espero que pueda tener nuevamente la experiencia de
ver el mundial en la cancha y ojalá que en Qatar pueda decir finalmente que el
heladero tenía razón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario