lunes, 30 de julio de 2018

Bielorrusia, la blanca Rusia



Me despedí de Smolensk con un beso rápido, sabiendo que algún día la volvería a ver y desafiando al tiempo luego de haber arribado a la estación a las 22.31 y un tren que partía a las 22.32. El control de seguridad en la puerta me creyó que mí bici completamente cargada no contaba con elementos peligrosos algunos, como armas y me dejaron pasar.

Vagón comedor
Me subí al tren y otra vez la cordialidad de las guardas se hizo notar cuando nuevamente me ayudaron a subir la bici y a acomodar mis cosas en el vagón. Tenía asignada una cama para poder dormir, pero la distancia no lo ameritaba, iba a arribar a Minsk (la capital bielorrusa) a las 02.30 y podía aprovechar ese tiempo para ir a tomar algo en el vagón comedor y poder escribir un poco.
Elegí el tren como forma de poder evitar lo que me había sucedido en mi aventura yendo a Liubavichy y poder pasar la frontera de una manera más cómoda (ver relato https://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-mitica-lyuvabichi.html).

Estación de Orsha
Miraba de reojo el Mapa en el teléfono y me di cuenta de que ya estaba en Bielorrusia, el tren había parado en la estación Orsha, pero nadie había subido a revisar los pasaportes. Quizás lo hagan en la estación de Minsk, pensé en ese momento.
Mientras degustaba del sabor de una Coca Cola caliente en el vagón comedor y redactaba algunas líneas se acercó una mujer rusa que por el escudo de su uniforme me di cuenta de que trabajaba en el tren. Al ver que no entendía ruso sacó su teléfono, abrió el traductor y me dijo que era la jefa de la formación y que contará con ella para lo que precise, que era un placer para ellos que yo esté viajando en ese tren. Me sorprendió tanta amabilidad y le respondí con un humilde “spasiva” (gracias). Ella se fue y yo seguí en lo mío.


Ya casi llegando a Minsk me acerque al vagón donde había dejado mis cosas. La bicicleta estaba cubierta con una manta, la encargada del vagón me dijo que lo hizo para que no se raye ni se rompa, obviamente esa actitud terminaba de dejarme sin palabras ante la semejante amabilidad de los rusos.

Ya estaba en Minsk, esperaba algún control en mí pasaporte, pero nadie se acercó a verificar nada ¿Podía decir que había entrado ilegal a Bielorrusia? No sé si ilegal, porque pasé a través de un medio de transporte oficial, pero nadie había visto, ni sellado mi pasaporte, oficialmente los bielorrusos desconocían de que su país contaba con la presencia de un Topo. Finalmente estaba en Bielorrusia, sin haberle hecho caso al rabino (ver relato anterior http://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-bella-smolensk_13.html) , ni a los que en buena hora me sugirieron a través de facebook, no ir a Belarús.

  
Estadio del Dínamo de Minsk
Salí de la estación de trenes y la ciudad estaba vacía, con un cielo en pleno crepúsculo y yo un poco perdido buscando las coordenadas del hostel que había reservado. En todo el trayecto sólo vi a tres seres humanos, que estaban charlando en el banco de una plaza. Tenía a toda la capital bielorrusa disponible para mí. La majestuosa figura del estadio del Dínamo de Minsk apareció tras doblar una esquina y me quedé perplejo contemplando aquella obra arquitectónica y pensando que quizás algún partido del mundial debería haberse jugado en la hermosa capital de Belarús.

Finalmente y después de buscarlo por más de una hora, encontré escondido en el cuarto piso de un complejo de edificios, al hostel donde iba a quedarme. Si bien pude ingresar al edificio porque la cerradura magnética de la planta baja estaba rota, había un problema, la atención al público sólo era de 13 a 17 horas, a las 4 de la mañana, horario en el que había llegado, no había nadie para recibirme. A pesar de haber tocado el timbre una y mil veces, nadie salía a atenderme. Puteé un poco y no podía buscar otro alojamiento porque éste ya lo había pagado de ante mano y no tenía como reclamar los 10 dólares que me había costado.

Dejé todo (la bicicleta y el equipaje) en el pasillo de ese edificio antiguo y con una mochila en la que puse la computadora, la cámara y el pasaporte me fui a recorrer la ciudad. Era imposible encontrar un lugar donde tomar un café, estaba todo cerrado. También era imposible encontrar wifi donde poder conectarme, ya que todas los conexiones gratuitas me pedían ingresar un número de teléfono donde mandar un código de activación y yo tenía una línea rusa que no contaba con servicio de roaming. Una tremenda estupidez eso del wifi, ya que si te vas a conectar generalmente es porque no tenés línea de telefónica de ese país. Resignado me volví al edificio y me tiré a dormir en el pasillo, tenía una manta con la cual taparme y así le pegué duro y parejo durante unas tres horitas.

Ya cerca de las 8 de la mañana encontré una cafetería abierta en la que me comí una tremenda torta de manzana, acompañada de un café. ¿El precio?  Dos rublos bielorrusos (Un dólar).  Panza llena y corazón contento me fui a caminar por la ciudad, en donde su estética estalinista se respira en cada cuadra. Es importante tener en cuenta de que Belarús es considerada como el último eslabón de la Unión Soviética, donde el Estado administra a más del 80% de las empresas de una economía basada esencialmente en la agricultura y muy dependiente de la Federación Rusa. Aparentemente son muy altas las tasas de inclusión y justicia social, donde las tasas de desempleo y pobreza son muy bajas, si bien sólo pasé dos días, en lo poco que recorrí de la ciudad no se ven personas viviendo en la calle ni pidiendo monedas.

Estación Lenín
Lenín es la figura esencial de la ciudad, así como son San Martín en la Argentina, Artigas en el Uruguay, Bolivar en Venezuela, Washington en Estados Unidos o Mao en China, cada uno podría encontrar el suyo en su país... La estación de subtes próxima a la terminal ferroviaria lleva el nombre del prócer soviético: “Lenina”, allí dentro una gigante hoz y martillo cuelga desde el techo. Además, el prócer soviético cuenta con un monumento que está emplazado nada más y nada menos que en la puerta de la casa de gobierno. Por supuesto que existe también la calle Lenina, la cual es interceptada por la calle Carlos Marx (K. Marka). Una hermosa esquina para darse cita y promover el Marxismo-Leninismo.
Esquina Lenín y Marx



El monumento a la victoria es el ícono central de la ciudad, es el 
que recuerda a la Gran Guerra Patria (La segunda guerra mundial), episodio bélico que se encargó de destruir gran parte de lo que fue una hermosa ciudad y que luego fue reconstruida entonces con sus anchas avenidas y edificios rectangulares típicos de la arquitectura soviética. Debajo del monumento, en el paseo subterráneo se encuentra la sala de la memoria, en la que una corona roja de cristal honra a los héroes bielorrusos cuyos nombres se encuentran escritos en las paredes adyacentes.









100° de las fuerzas armas 
No te tientes
La propaganda estatal es predominante en la cartelería urbana, la cual no sólo hace hincapié en las políticas socialistas, sino que también promueve al deporte y desanima a los malos hábitos, como el consumo de drogas. Así también coexisten publicidades de empresas que pertenecen al cliché capitalista, como Coca Cola, McDonald o Mercedez Benz.

Prosperidad a Belarús




Se hicieron finalmente las 13 y volví al hostel, por suerte estaba la recepcionista y le dije que estaba enojado porque había llegado antes y no tenía donde dejar las cosas. Friamente me respondió que el horario de atención era de 13 a 17 horas, tras esa argumentación me hizo el check in sin pedirme el pasaporte y me dio las llaves.  El hostel carecía de personal las 24 horas, yo tenía las llaves, una gran ventaja, porque esa noche en mi habitación de 8 camas estaba yo sólo y la habitación de al lado estaba vacía, por lo que era como tener un departamento propio.

Estación Oktubre

Después de una merecida siesta, volví a recorrer la ciudad en la tarde noche, cambié mis rublos rusos por rublos bielorrusos, una nueva moneda para sumar a mi colección personal y por suerte no me pidieron el pasaporte, de manera tal que la ciudad seguía desconociendo mi ilegalidad en ella. Fui a buscar un bar donde tomarme una buena cerveza y casi todos los lugares estaban vacíos, a pesar de que era jueves por la noche. Fui a uno que me dijeron que era el único que estaba abierto hasta tarde, hasta las doce de la noche… Pedí una cerveza artesanal que mucho no me gustó y luego me pasé a lo seguro, una cidra (también artesanal) que tenía un gusto aceptable. El bar cerró y yo tenía ganas de seguir conociendo, recorriendo las calles de Minsk uno puede encontrarse muchos casinos, algo que excedía mi capacidad de comprender las contradicciones dialécticas del socialismo, quizás sea interpretación infantil del mismo. De todas formas y apelando al permiso ideológico, decidí entrar para probar suerte, en la entrada me pidieron el pasaporte, lamentablemente no para cobrar mi edad, sino que para registrarme. Preferí no arriesgarme a ser descubierto como un posible ilegal y decidí girar sobre mis talones y regresar al hostel para irme a dormir.

Me levanté al otro día y cuando quise disfrutar de un placentero baño, apareció un pequeño problema: no había agua caliente. Por suerte la encargada (o dueña) del hostel vino más temprano que de costumbre para limpiar las habitaciones y le comenté la situación, se dirigió a un placard y yo pensaba que atrás de esa puerta se escondía una llave de paso maestra que por motivo alguno estaba cerrada. Pero no, la mujer sacó un balde y una jarra, puso a hervir agua en una pava y de esa manera me indicó que debía bañarme. Según lo que me hizo entender, era un problema momentáneo, quizás le dicen lo mismo a todos o bien habría que ver a qué llaman momentáneo.


 Tras ese baño primitivo agarré la bici y me acerqué a visitar la Biblioteca Nacional de Belarús que está un poco alejada del centro de la ciudad. Si bien la biblioteca fue fundada en 1922, su edificio es bastante moderno, habiendo sido inaugurado en 2006. Su arquitectura es bastante exótica, tiene forma de libro abierto y no se puede definir ni como linda ni como fea. Dejé la bici atada a un poste y me acerqué para subir a su mirador. En la entrada la persona que vendía los tickets no hablaba inglés, pero sí un perfecto español, lo cual me resultó mucho más cómodo para hacer la compra de la entrada por 10 centavos de dólar. La vista de la ciudad de Minsk desde lo alto no era gran cosa. Luego fui hacia el interior de la biblioteca, para conocer el lugar donde se albergan más de 8 millones de libros y que es considerada por eso como la tercer biblioteca del mundo en cantidad de libros en idioma ruso.


Regresé pedaleando hasta el hostel para agarrar mis cosas e irme a la estación de trenes para partir rumbo a Lituania. A mitad de caminó me interceptó una tremenda lluvia que me impidió seguir pedaleando. Muy cerca vi una boca de subte en la que ingresé para poder llegar más cómodo y más seco hasta el hostel. La entrada del subte no tiene molinetes, sólo basta con comprar un cospel que cuesta 50 centavos de dólar (que se puede pagar con tarjeta de crédito) e insertarlo en unas barras de metal que deberían tener un molinete o una puerta en el medio. Si bien podía haberme colado, llamaba mucho la atención de los guardias de seguridad por tener una bicicleta. De hecho los guardias se acercaron para decirme algo en ruso, lo cual no entendí, pero que supuse que estaba relacionado a que no podía entrar con la bici. La plegué y ahí me levantaron el dedo pulgar, apenas bajé a la estación volví a desplegarla ya que me resultaba mucho más cómodo poder viajar con la bici armada. Llegué al hostel y la lluvia había parado, agarré mis cosas y me fui a tomar el tren con destino a Vilna, la capital Lituana. Esa misma tarde iba a saber si finamente podía salir de un país al cual había ingresado de forma “ilegal”. Eso se los contaré en mi próximo relato…

Podés ver mi video visitando Minsk en el siguiente enlace
https://www.youtube.com/watch?v=O7C11Yf9iAs&t=13s




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