martes, 20 de noviembre de 2018

Di idishe Vilne

Dicen que el idish está perdido, que lo hablan los viejos y que es un idioma del pasado. Hay dos opciones para enfrentar a este tipo opiniones absurdas .La primera es la de responderles con un “gei kaken”. La segunda consiste en profundizar los
conocimientos, con el objetivo de transmitírselo a las generaciones venideras. Es por eso, que después de utilizar la primera opción recurrentemente, decidí afrontar la situación de forma madura y con un objetivo transformador, así fue que me anoté en el seminario de verano de idioma idish que desarrolla el Instituto Judío de Vilna, que funciona en la Universidad de dicha ciudad. 


Dos días fueron suficientes para instalarme en Vilna, llegó el lunes por la mañana y con la bici me fui pedaleando las 20 cuadras que separaban al hostel de la universidad. Un recorrido cuesta abajo y con un paisaje 
urbano deleitante. Al entrar al complejo universitario, la mujer de la puerta me dijo que debía abonar la entrada para hacer la visita, le dije que iba al curso y me dejó pasar (esta situación se repitió durante todos los días de cursada, la mujer nunca se acordaba de mi cara y me volvía pedir la entrada). 


Habremos sido un total de cuarenta participantes, que a diferencia de lo que podría haberse esperado, las canas no sobre poblaban las aulas, sino que había una gran variedad etaria, en la que se destacaba la presencia de muchos jóvenes que apenas sobrepasaban los 20 años (podría haber sido mi caso, pero el tiempo ya me pasó por arriba). El cuerpo docente estaba integrado por profesores de todo el mundo: Michael Wex de Canadá, Vera Szabo de Hungría, Anna Vershik de Estonia y Abraham Lichtenbaum representando a la tierra de los gauchos judíos. Además de contar con lituanos, los alumnos también veníamos de todas partes: alemanes, suecos, franceses, suizos, ingleses, israelíes, estadounidenses, argentinos, chino-argentinos y seguramente de algún que otro país que no recuerdo. Entre ellos judíos y no judíos.








La cursada era intensiva, de lunes a viernes de 9 a 12 del mediodía, con un recreo de 45 minutos con refrigerio, que incluía las mejores delicias de la pastelería lituana. Al mediodía solíamos almorzar todos juntos y probar diferentes comidas en los restaurantes de Vilna, comíamos el delicioso borsht (una sopa fría de remolachas servida con sus papas calientes), las kibinias (empadas lituanas) y otros platos típicos de los cuales no recuerdo sus nombres. Por las tardes había otras actividades extracurriculares y por las noches algún que otro farbrengen, para celebrar cumpleaños, aniversarios o la simple vida. Entre las actividades extracurriculares tuvimos el honor de escuchar a Fannia, sobreviviente del gueto de Vilna y que hoy, con sus 96 años es la bibliotecaria del Instituto Judío. También fue un placer contar con conferencias como la de Arturo Keibel-Shein, un joven mexicano que expuso sobre la cultura idish en su país. Además de una espectacular conferencia de Abraham Lichtenbaum, sobre la literatura idish en la Argentina. No falto la hora de disfrutar de la música idish, a cargo de dos grandes artistas de alcance internacional, como Maya Pennington y Regina Hopfgartner. 



Espero volver a participar pronto de una experiencia tan hermosa como esa, los invito a participar de estos cursos el próximo año, el otro, o el otro. Puede asegurarles que ese mes en Vilna fue, una verdadera “amejaie”.





miércoles, 31 de octubre de 2018

Vilna, mi hogar temporal

Estación de Trenes de Vilna

Agarré la bici y me fui de la estación de trenes a un hostel que había encontrado por internet. Mientras pedaleaba, me sentía inmerso en un cuento que me transportaba en el tiempo. Era domingo por la noche y toda la ciudad dormía, acostumbrado a moverme en China ni me percaté de que existía algo llamado semáforo y tras haberlo pasado en rojo, una persona que iba en un auto me dijo algo en Lituano, le dije que me por favor me hable en inglés porque no le entendía nada y enojado me exclamó: “you crossed with the red light”. Y sí, soy un argentino viviendo en China, los semáforos están pintados. Seguí pedaleando sin darle importancia.


Llegué al hostel sin reserva y me dijeron que sólo tenían lugar para esa noche, por lo que al otro día debía marcharme. Me fui a dormir y al día siguiente cuando me levanté encontré uno por internet que costaba 5 euros, de hecho así se llamaba “5 euros hostel”. Estaba al lado de la estación de trenes, fue una  picardía que no lo haya contratado la noche anterior, así me hubiese evitado el trayecto en bici con todos los bártulos. Cuando llegué a la puerta del nuevo hostel, el porta equipaje de la bicicleta se me partió y se me cayeron todos los bolsos, por suerte sucedió en el último destino de mi pedaleada. (Nota mental para el próximo viaje: No comprar shmates*, ni sobrecargarlos). Até la bici a un poste, agarré el equipaje que se había caído y subí al hostel, que estaba en un quinto piso por escalera. La dueña me recibió y cuando le dije que vine en bici, me sugirió que no la deje atada ahí afuera porque me la podían llegar a robar (la verdad que me dejó muy tranquilo….). Hice el check in y me alojé en una habitación compartida con 8 personas, dejé las cosas por ahí y los objetos de valor en un armario. Bajé a buscar la bici y la dejé atada en la baranda de la escalera.


Foto con el prof. Abraham Lichtenbaum
Estaba llegando el mediodía y me escribió Abraham Lichtenbaum, director de la IWO Buenos Aires y profesor del seminario de idish en Vilna, para encontrarnos esa tarde. Fuimos a conocer Máxima, no, no era la reina de Holanda, sino un tremendo supermercado proveniente del mismo país. Es relativamente barato y tiene la particularidad de estar abierto las 24 horas (ya se los mostraré en un video). Abraham tenía el problema de que le habían perdido las valijas, así que tuvo que salir a comprarse de todo. Después de hacer algunas compras, salimos a recorrer la ciudad con él y con el profesor Michael Wex  de Canadá. Por supuesto, hablamos todo en idish.

Vilna resulta ser un híbrido entre las dos Europas, no es el estilo soviético puro de Rusia y Bielorrusia, ni tampoco el estilo occidental tradicional. El ruso continúa vigente en algunos carteles y los monoblocks predominan en las periferias de
la ciudad, el Euro es la moneda oficial y la sociedad de consumo avasalló a los sueños de un mundo mejor tras la caída del muro. El centro de la ciudad es antiguo y hermoso, pasajes estrechos y calles irregulares que nos llevan a perdernos con tan solo caminar unas pocas cuadras. Construcciones medievales, góticas, barrocas y modernas conforman ese desordenado pero hermoso paisaje urbano.  Algunas plazas o baldíos aparecen en el medio de las construcciones, seguramente que fueron instituciones judías destruidas durante la guerra. Por el contrario, las cúpulas de las iglesias abundan y marcan el carácter católico de su sociedad. Los lituanos son amables y cordiales si se trata de los jóvenes, pero bastante agrios y fríos si se trata de los más adultos, quizás sea una cuestión generacional de que no han podido acostumbrarse a recibir extranjeros.

Sopa fría de remolachas
Kebinine (empanadas lituanas)

La comida es deliciosa, la sopa fría de remolacha es un majar adictivo que ayuda a vencer al calor veraniego, la pastelería es exquisita y refinada, las kibinine son la versión original de las empanadas argentinas  y sus quesos son tan variados que resulta imposible degustarlos a todos. Por supuesto, lo que no falta es el vodka, el Stumbras se lleva el primer premio. Lo podrán reconocer por la espiga de trigo que tiene en su interior. ¿El precio? 5 euros, lo mismo que una noche de hostel. Podré dormir en la calle, pero jamás faltará un buen trago de vodka.
Vodka Stumbras

Les dejo a continuación el video que hice sobre Vilna:





*Shmates: Del idish, productos de baja calidad 

jueves, 4 de octubre de 2018

Al borde de lo legal

Estación de Trenes de Minsk

A las 19.35 partía el tren de la plataforma número uno con destino a Vilna, tenía un rato para esperarlo y aproveché para merendar algo. Estaba preocupado, no sólo por el tema de mi legalidad, sino también por saber si dejarían subirme con la bici al vagón del tren. No había personas controlando los pasajes, así que en ese sentido nadie iba a decirme algo. Apenas llegó la formación subí y dejé la bicicleta acomodada en la zona asignada para las sillas de ruedas, me quedé esperando allí hasta que arrancó el tren y poder corroborar que nadie precisaba de ese espacio.

La bici cargada
Me fui a sentar en mi asiento y a los pocos minutos pasaron los guardas controlando los pasajes, en lituano me preguntaron algo que no comprendí, un hombre me lo tradujo: “he want to know if the bike is yours”. El guarda siguió hablando en lituano y el hombre que oficiaba de traductor me hizo saber que no podía viajar con bicicleta arriba del tren.  Le pedí perdón y le dije que no sabía nada al respecto, de hecho no estaba escrito en ningún lado que no podía viajar con la bicicleta. Mucho no le importaron mis argumentos al guarda, que siguió su camino pidiendo pasajes y refunfuñando en lituano.

En el campo de Bielorrusia
Frontera Bielorrusa - Lituana
Ya habían pasado dos horas de viaje y veía en el mapa que habíamos llegado a la frontera entre Bielorrusia y Lituania, no estaba para nada tranquilo. Parecía una película de la segunda guerra mundial, el tren se detuvo y los soldados subieron a la formación. Uno comenzó a revisar las pertenencias, me revisó la mochila y comenzó a preguntar de quien era esa bicicleta, yo no había entendido lo que dijo, pero me di cuenta de que se refería a mi bici, ya que después de hacer la pregunta en voz alta todo el vagón me señaló. Tras haberle dicho que mía, ni se esforzó en revisar las alforjas que llevaba en el porta equipaje. Luego pasaron los oficiales bielorrusos a controlar los pasaportes. Tomaban la documentación, una por una y la revisaban minuciosamente, página por página utilizando una pequeña lupa y luego cargaban los datos en una computadora portátil. Llegó mi turno, parecía una broma del destino, fui el último. La oficial agarró mi pasaporte y tras haber comprobado que no tenía sello de entrada a Bielorrusia, agarró la radio portátil, dijo algo que obviamente no entendí y al minuto aparecieron tres militares. Uno de ellos me preguntó el inglés  por qué no tenía mi sello de entrada a Bielorrusia, le expliqué toda la situación de que crucé la frontera en tren y que nadie me lo había sellado, le di el FAN ID del mundial para justificarle mi “legalidad” y entonces me pidió la tarjeta de entrada a Rusia, además del sello que te ponen cuando entrás al país, supuestamente te dan una tarjeta que tenés que presentar a la salida. Pero a mí no me la habían dado, insistían en que la había perdido y les dije que no, estaba seguro de que no me la dieron. Hablaban entre ellos, el tiempo no se pasaba más. El oficial, que aparentemente tenía mayor rango me preguntó cuántos días había estado en Minsk, a pesar de que había estado tres días, le dije que tan sólo uno, como para evitar mayores conflictos. “One day is not a problem”, me respondió. Tomó el pasaporte y le puso el sello. Ya podía salir de Bielorrusia y mi alma podía volver a entrar al cuerpo.

Estación de trenes de Vilna
De la frontera a Vilna tardamos apenas 20 minutos, bajé del tren y se me acercó el guarda para decirme “no bikes in trains to Vilna”, no voy a relatarles lo que le respondí en español a pesar de que no pudiese entenderme…. Em la estación de Vilna tuve que hacer migraciones para ingresar a la Comunidad Europea, es un trámite sencillo en el cual no me preguntaron absolutamente nada, pero en una sala donde sólo había 3 oficinas atendiendo a todos los pasajeros de una formación llena. Por lo tanto tardé lo mismo en salir de la estación de trenes que en llegar de Minsk a Vilna.

También podés ver el video de la aventura en mi canal de Youtube, podés ingresar a través del siguiente link:

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lunes, 30 de julio de 2018

Bielorrusia, la blanca Rusia



Me despedí de Smolensk con un beso rápido, sabiendo que algún día la volvería a ver y desafiando al tiempo luego de haber arribado a la estación a las 22.31 y un tren que partía a las 22.32. El control de seguridad en la puerta me creyó que mí bici completamente cargada no contaba con elementos peligrosos algunos, como armas y me dejaron pasar.

Vagón comedor
Me subí al tren y otra vez la cordialidad de las guardas se hizo notar cuando nuevamente me ayudaron a subir la bici y a acomodar mis cosas en el vagón. Tenía asignada una cama para poder dormir, pero la distancia no lo ameritaba, iba a arribar a Minsk (la capital bielorrusa) a las 02.30 y podía aprovechar ese tiempo para ir a tomar algo en el vagón comedor y poder escribir un poco.
Elegí el tren como forma de poder evitar lo que me había sucedido en mi aventura yendo a Liubavichy y poder pasar la frontera de una manera más cómoda (ver relato https://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-mitica-lyuvabichi.html).

Estación de Orsha
Miraba de reojo el Mapa en el teléfono y me di cuenta de que ya estaba en Bielorrusia, el tren había parado en la estación Orsha, pero nadie había subido a revisar los pasaportes. Quizás lo hagan en la estación de Minsk, pensé en ese momento.
Mientras degustaba del sabor de una Coca Cola caliente en el vagón comedor y redactaba algunas líneas se acercó una mujer rusa que por el escudo de su uniforme me di cuenta de que trabajaba en el tren. Al ver que no entendía ruso sacó su teléfono, abrió el traductor y me dijo que era la jefa de la formación y que contará con ella para lo que precise, que era un placer para ellos que yo esté viajando en ese tren. Me sorprendió tanta amabilidad y le respondí con un humilde “spasiva” (gracias). Ella se fue y yo seguí en lo mío.


Ya casi llegando a Minsk me acerque al vagón donde había dejado mis cosas. La bicicleta estaba cubierta con una manta, la encargada del vagón me dijo que lo hizo para que no se raye ni se rompa, obviamente esa actitud terminaba de dejarme sin palabras ante la semejante amabilidad de los rusos.

Ya estaba en Minsk, esperaba algún control en mí pasaporte, pero nadie se acercó a verificar nada ¿Podía decir que había entrado ilegal a Bielorrusia? No sé si ilegal, porque pasé a través de un medio de transporte oficial, pero nadie había visto, ni sellado mi pasaporte, oficialmente los bielorrusos desconocían de que su país contaba con la presencia de un Topo. Finalmente estaba en Bielorrusia, sin haberle hecho caso al rabino (ver relato anterior http://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-bella-smolensk_13.html) , ni a los que en buena hora me sugirieron a través de facebook, no ir a Belarús.

  
Estadio del Dínamo de Minsk
Salí de la estación de trenes y la ciudad estaba vacía, con un cielo en pleno crepúsculo y yo un poco perdido buscando las coordenadas del hostel que había reservado. En todo el trayecto sólo vi a tres seres humanos, que estaban charlando en el banco de una plaza. Tenía a toda la capital bielorrusa disponible para mí. La majestuosa figura del estadio del Dínamo de Minsk apareció tras doblar una esquina y me quedé perplejo contemplando aquella obra arquitectónica y pensando que quizás algún partido del mundial debería haberse jugado en la hermosa capital de Belarús.

Finalmente y después de buscarlo por más de una hora, encontré escondido en el cuarto piso de un complejo de edificios, al hostel donde iba a quedarme. Si bien pude ingresar al edificio porque la cerradura magnética de la planta baja estaba rota, había un problema, la atención al público sólo era de 13 a 17 horas, a las 4 de la mañana, horario en el que había llegado, no había nadie para recibirme. A pesar de haber tocado el timbre una y mil veces, nadie salía a atenderme. Puteé un poco y no podía buscar otro alojamiento porque éste ya lo había pagado de ante mano y no tenía como reclamar los 10 dólares que me había costado.

Dejé todo (la bicicleta y el equipaje) en el pasillo de ese edificio antiguo y con una mochila en la que puse la computadora, la cámara y el pasaporte me fui a recorrer la ciudad. Era imposible encontrar un lugar donde tomar un café, estaba todo cerrado. También era imposible encontrar wifi donde poder conectarme, ya que todas los conexiones gratuitas me pedían ingresar un número de teléfono donde mandar un código de activación y yo tenía una línea rusa que no contaba con servicio de roaming. Una tremenda estupidez eso del wifi, ya que si te vas a conectar generalmente es porque no tenés línea de telefónica de ese país. Resignado me volví al edificio y me tiré a dormir en el pasillo, tenía una manta con la cual taparme y así le pegué duro y parejo durante unas tres horitas.

Ya cerca de las 8 de la mañana encontré una cafetería abierta en la que me comí una tremenda torta de manzana, acompañada de un café. ¿El precio?  Dos rublos bielorrusos (Un dólar).  Panza llena y corazón contento me fui a caminar por la ciudad, en donde su estética estalinista se respira en cada cuadra. Es importante tener en cuenta de que Belarús es considerada como el último eslabón de la Unión Soviética, donde el Estado administra a más del 80% de las empresas de una economía basada esencialmente en la agricultura y muy dependiente de la Federación Rusa. Aparentemente son muy altas las tasas de inclusión y justicia social, donde las tasas de desempleo y pobreza son muy bajas, si bien sólo pasé dos días, en lo poco que recorrí de la ciudad no se ven personas viviendo en la calle ni pidiendo monedas.

Estación Lenín
Lenín es la figura esencial de la ciudad, así como son San Martín en la Argentina, Artigas en el Uruguay, Bolivar en Venezuela, Washington en Estados Unidos o Mao en China, cada uno podría encontrar el suyo en su país... La estación de subtes próxima a la terminal ferroviaria lleva el nombre del prócer soviético: “Lenina”, allí dentro una gigante hoz y martillo cuelga desde el techo. Además, el prócer soviético cuenta con un monumento que está emplazado nada más y nada menos que en la puerta de la casa de gobierno. Por supuesto que existe también la calle Lenina, la cual es interceptada por la calle Carlos Marx (K. Marka). Una hermosa esquina para darse cita y promover el Marxismo-Leninismo.
Esquina Lenín y Marx



El monumento a la victoria es el ícono central de la ciudad, es el 
que recuerda a la Gran Guerra Patria (La segunda guerra mundial), episodio bélico que se encargó de destruir gran parte de lo que fue una hermosa ciudad y que luego fue reconstruida entonces con sus anchas avenidas y edificios rectangulares típicos de la arquitectura soviética. Debajo del monumento, en el paseo subterráneo se encuentra la sala de la memoria, en la que una corona roja de cristal honra a los héroes bielorrusos cuyos nombres se encuentran escritos en las paredes adyacentes.









100° de las fuerzas armas 
No te tientes
La propaganda estatal es predominante en la cartelería urbana, la cual no sólo hace hincapié en las políticas socialistas, sino que también promueve al deporte y desanima a los malos hábitos, como el consumo de drogas. Así también coexisten publicidades de empresas que pertenecen al cliché capitalista, como Coca Cola, McDonald o Mercedez Benz.

Prosperidad a Belarús




Se hicieron finalmente las 13 y volví al hostel, por suerte estaba la recepcionista y le dije que estaba enojado porque había llegado antes y no tenía donde dejar las cosas. Friamente me respondió que el horario de atención era de 13 a 17 horas, tras esa argumentación me hizo el check in sin pedirme el pasaporte y me dio las llaves.  El hostel carecía de personal las 24 horas, yo tenía las llaves, una gran ventaja, porque esa noche en mi habitación de 8 camas estaba yo sólo y la habitación de al lado estaba vacía, por lo que era como tener un departamento propio.

Estación Oktubre

Después de una merecida siesta, volví a recorrer la ciudad en la tarde noche, cambié mis rublos rusos por rublos bielorrusos, una nueva moneda para sumar a mi colección personal y por suerte no me pidieron el pasaporte, de manera tal que la ciudad seguía desconociendo mi ilegalidad en ella. Fui a buscar un bar donde tomarme una buena cerveza y casi todos los lugares estaban vacíos, a pesar de que era jueves por la noche. Fui a uno que me dijeron que era el único que estaba abierto hasta tarde, hasta las doce de la noche… Pedí una cerveza artesanal que mucho no me gustó y luego me pasé a lo seguro, una cidra (también artesanal) que tenía un gusto aceptable. El bar cerró y yo tenía ganas de seguir conociendo, recorriendo las calles de Minsk uno puede encontrarse muchos casinos, algo que excedía mi capacidad de comprender las contradicciones dialécticas del socialismo, quizás sea interpretación infantil del mismo. De todas formas y apelando al permiso ideológico, decidí entrar para probar suerte, en la entrada me pidieron el pasaporte, lamentablemente no para cobrar mi edad, sino que para registrarme. Preferí no arriesgarme a ser descubierto como un posible ilegal y decidí girar sobre mis talones y regresar al hostel para irme a dormir.

Me levanté al otro día y cuando quise disfrutar de un placentero baño, apareció un pequeño problema: no había agua caliente. Por suerte la encargada (o dueña) del hostel vino más temprano que de costumbre para limpiar las habitaciones y le comenté la situación, se dirigió a un placard y yo pensaba que atrás de esa puerta se escondía una llave de paso maestra que por motivo alguno estaba cerrada. Pero no, la mujer sacó un balde y una jarra, puso a hervir agua en una pava y de esa manera me indicó que debía bañarme. Según lo que me hizo entender, era un problema momentáneo, quizás le dicen lo mismo a todos o bien habría que ver a qué llaman momentáneo.


 Tras ese baño primitivo agarré la bici y me acerqué a visitar la Biblioteca Nacional de Belarús que está un poco alejada del centro de la ciudad. Si bien la biblioteca fue fundada en 1922, su edificio es bastante moderno, habiendo sido inaugurado en 2006. Su arquitectura es bastante exótica, tiene forma de libro abierto y no se puede definir ni como linda ni como fea. Dejé la bici atada a un poste y me acerqué para subir a su mirador. En la entrada la persona que vendía los tickets no hablaba inglés, pero sí un perfecto español, lo cual me resultó mucho más cómodo para hacer la compra de la entrada por 10 centavos de dólar. La vista de la ciudad de Minsk desde lo alto no era gran cosa. Luego fui hacia el interior de la biblioteca, para conocer el lugar donde se albergan más de 8 millones de libros y que es considerada por eso como la tercer biblioteca del mundo en cantidad de libros en idioma ruso.


Regresé pedaleando hasta el hostel para agarrar mis cosas e irme a la estación de trenes para partir rumbo a Lituania. A mitad de caminó me interceptó una tremenda lluvia que me impidió seguir pedaleando. Muy cerca vi una boca de subte en la que ingresé para poder llegar más cómodo y más seco hasta el hostel. La entrada del subte no tiene molinetes, sólo basta con comprar un cospel que cuesta 50 centavos de dólar (que se puede pagar con tarjeta de crédito) e insertarlo en unas barras de metal que deberían tener un molinete o una puerta en el medio. Si bien podía haberme colado, llamaba mucho la atención de los guardias de seguridad por tener una bicicleta. De hecho los guardias se acercaron para decirme algo en ruso, lo cual no entendí, pero que supuse que estaba relacionado a que no podía entrar con la bici. La plegué y ahí me levantaron el dedo pulgar, apenas bajé a la estación volví a desplegarla ya que me resultaba mucho más cómodo poder viajar con la bici armada. Llegué al hostel y la lluvia había parado, agarré mis cosas y me fui a tomar el tren con destino a Vilna, la capital Lituana. Esa misma tarde iba a saber si finamente podía salir de un país al cual había ingresado de forma “ilegal”. Eso se los contaré en mi próximo relato…

Podés ver mi video visitando Minsk en el siguiente enlace
https://www.youtube.com/watch?v=O7C11Yf9iAs&t=13s