lunes, 30 de julio de 2018

Bielorrusia, la blanca Rusia



Me despedí de Smolensk con un beso rápido, sabiendo que algún día la volvería a ver y desafiando al tiempo luego de haber arribado a la estación a las 22.31 y un tren que partía a las 22.32. El control de seguridad en la puerta me creyó que mí bici completamente cargada no contaba con elementos peligrosos algunos, como armas y me dejaron pasar.

Vagón comedor
Me subí al tren y otra vez la cordialidad de las guardas se hizo notar cuando nuevamente me ayudaron a subir la bici y a acomodar mis cosas en el vagón. Tenía asignada una cama para poder dormir, pero la distancia no lo ameritaba, iba a arribar a Minsk (la capital bielorrusa) a las 02.30 y podía aprovechar ese tiempo para ir a tomar algo en el vagón comedor y poder escribir un poco.
Elegí el tren como forma de poder evitar lo que me había sucedido en mi aventura yendo a Liubavichy y poder pasar la frontera de una manera más cómoda (ver relato https://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-mitica-lyuvabichi.html).

Estación de Orsha
Miraba de reojo el Mapa en el teléfono y me di cuenta de que ya estaba en Bielorrusia, el tren había parado en la estación Orsha, pero nadie había subido a revisar los pasaportes. Quizás lo hagan en la estación de Minsk, pensé en ese momento.
Mientras degustaba del sabor de una Coca Cola caliente en el vagón comedor y redactaba algunas líneas se acercó una mujer rusa que por el escudo de su uniforme me di cuenta de que trabajaba en el tren. Al ver que no entendía ruso sacó su teléfono, abrió el traductor y me dijo que era la jefa de la formación y que contará con ella para lo que precise, que era un placer para ellos que yo esté viajando en ese tren. Me sorprendió tanta amabilidad y le respondí con un humilde “spasiva” (gracias). Ella se fue y yo seguí en lo mío.


Ya casi llegando a Minsk me acerque al vagón donde había dejado mis cosas. La bicicleta estaba cubierta con una manta, la encargada del vagón me dijo que lo hizo para que no se raye ni se rompa, obviamente esa actitud terminaba de dejarme sin palabras ante la semejante amabilidad de los rusos.

Ya estaba en Minsk, esperaba algún control en mí pasaporte, pero nadie se acercó a verificar nada ¿Podía decir que había entrado ilegal a Bielorrusia? No sé si ilegal, porque pasé a través de un medio de transporte oficial, pero nadie había visto, ni sellado mi pasaporte, oficialmente los bielorrusos desconocían de que su país contaba con la presencia de un Topo. Finalmente estaba en Bielorrusia, sin haberle hecho caso al rabino (ver relato anterior http://untopoporelmundo.blogspot.com/2018/07/la-bella-smolensk_13.html) , ni a los que en buena hora me sugirieron a través de facebook, no ir a Belarús.

  
Estadio del Dínamo de Minsk
Salí de la estación de trenes y la ciudad estaba vacía, con un cielo en pleno crepúsculo y yo un poco perdido buscando las coordenadas del hostel que había reservado. En todo el trayecto sólo vi a tres seres humanos, que estaban charlando en el banco de una plaza. Tenía a toda la capital bielorrusa disponible para mí. La majestuosa figura del estadio del Dínamo de Minsk apareció tras doblar una esquina y me quedé perplejo contemplando aquella obra arquitectónica y pensando que quizás algún partido del mundial debería haberse jugado en la hermosa capital de Belarús.

Finalmente y después de buscarlo por más de una hora, encontré escondido en el cuarto piso de un complejo de edificios, al hostel donde iba a quedarme. Si bien pude ingresar al edificio porque la cerradura magnética de la planta baja estaba rota, había un problema, la atención al público sólo era de 13 a 17 horas, a las 4 de la mañana, horario en el que había llegado, no había nadie para recibirme. A pesar de haber tocado el timbre una y mil veces, nadie salía a atenderme. Puteé un poco y no podía buscar otro alojamiento porque éste ya lo había pagado de ante mano y no tenía como reclamar los 10 dólares que me había costado.

Dejé todo (la bicicleta y el equipaje) en el pasillo de ese edificio antiguo y con una mochila en la que puse la computadora, la cámara y el pasaporte me fui a recorrer la ciudad. Era imposible encontrar un lugar donde tomar un café, estaba todo cerrado. También era imposible encontrar wifi donde poder conectarme, ya que todas los conexiones gratuitas me pedían ingresar un número de teléfono donde mandar un código de activación y yo tenía una línea rusa que no contaba con servicio de roaming. Una tremenda estupidez eso del wifi, ya que si te vas a conectar generalmente es porque no tenés línea de telefónica de ese país. Resignado me volví al edificio y me tiré a dormir en el pasillo, tenía una manta con la cual taparme y así le pegué duro y parejo durante unas tres horitas.

Ya cerca de las 8 de la mañana encontré una cafetería abierta en la que me comí una tremenda torta de manzana, acompañada de un café. ¿El precio?  Dos rublos bielorrusos (Un dólar).  Panza llena y corazón contento me fui a caminar por la ciudad, en donde su estética estalinista se respira en cada cuadra. Es importante tener en cuenta de que Belarús es considerada como el último eslabón de la Unión Soviética, donde el Estado administra a más del 80% de las empresas de una economía basada esencialmente en la agricultura y muy dependiente de la Federación Rusa. Aparentemente son muy altas las tasas de inclusión y justicia social, donde las tasas de desempleo y pobreza son muy bajas, si bien sólo pasé dos días, en lo poco que recorrí de la ciudad no se ven personas viviendo en la calle ni pidiendo monedas.

Estación Lenín
Lenín es la figura esencial de la ciudad, así como son San Martín en la Argentina, Artigas en el Uruguay, Bolivar en Venezuela, Washington en Estados Unidos o Mao en China, cada uno podría encontrar el suyo en su país... La estación de subtes próxima a la terminal ferroviaria lleva el nombre del prócer soviético: “Lenina”, allí dentro una gigante hoz y martillo cuelga desde el techo. Además, el prócer soviético cuenta con un monumento que está emplazado nada más y nada menos que en la puerta de la casa de gobierno. Por supuesto que existe también la calle Lenina, la cual es interceptada por la calle Carlos Marx (K. Marka). Una hermosa esquina para darse cita y promover el Marxismo-Leninismo.
Esquina Lenín y Marx



El monumento a la victoria es el ícono central de la ciudad, es el 
que recuerda a la Gran Guerra Patria (La segunda guerra mundial), episodio bélico que se encargó de destruir gran parte de lo que fue una hermosa ciudad y que luego fue reconstruida entonces con sus anchas avenidas y edificios rectangulares típicos de la arquitectura soviética. Debajo del monumento, en el paseo subterráneo se encuentra la sala de la memoria, en la que una corona roja de cristal honra a los héroes bielorrusos cuyos nombres se encuentran escritos en las paredes adyacentes.









100° de las fuerzas armas 
No te tientes
La propaganda estatal es predominante en la cartelería urbana, la cual no sólo hace hincapié en las políticas socialistas, sino que también promueve al deporte y desanima a los malos hábitos, como el consumo de drogas. Así también coexisten publicidades de empresas que pertenecen al cliché capitalista, como Coca Cola, McDonald o Mercedez Benz.

Prosperidad a Belarús




Se hicieron finalmente las 13 y volví al hostel, por suerte estaba la recepcionista y le dije que estaba enojado porque había llegado antes y no tenía donde dejar las cosas. Friamente me respondió que el horario de atención era de 13 a 17 horas, tras esa argumentación me hizo el check in sin pedirme el pasaporte y me dio las llaves.  El hostel carecía de personal las 24 horas, yo tenía las llaves, una gran ventaja, porque esa noche en mi habitación de 8 camas estaba yo sólo y la habitación de al lado estaba vacía, por lo que era como tener un departamento propio.

Estación Oktubre

Después de una merecida siesta, volví a recorrer la ciudad en la tarde noche, cambié mis rublos rusos por rublos bielorrusos, una nueva moneda para sumar a mi colección personal y por suerte no me pidieron el pasaporte, de manera tal que la ciudad seguía desconociendo mi ilegalidad en ella. Fui a buscar un bar donde tomarme una buena cerveza y casi todos los lugares estaban vacíos, a pesar de que era jueves por la noche. Fui a uno que me dijeron que era el único que estaba abierto hasta tarde, hasta las doce de la noche… Pedí una cerveza artesanal que mucho no me gustó y luego me pasé a lo seguro, una cidra (también artesanal) que tenía un gusto aceptable. El bar cerró y yo tenía ganas de seguir conociendo, recorriendo las calles de Minsk uno puede encontrarse muchos casinos, algo que excedía mi capacidad de comprender las contradicciones dialécticas del socialismo, quizás sea interpretación infantil del mismo. De todas formas y apelando al permiso ideológico, decidí entrar para probar suerte, en la entrada me pidieron el pasaporte, lamentablemente no para cobrar mi edad, sino que para registrarme. Preferí no arriesgarme a ser descubierto como un posible ilegal y decidí girar sobre mis talones y regresar al hostel para irme a dormir.

Me levanté al otro día y cuando quise disfrutar de un placentero baño, apareció un pequeño problema: no había agua caliente. Por suerte la encargada (o dueña) del hostel vino más temprano que de costumbre para limpiar las habitaciones y le comenté la situación, se dirigió a un placard y yo pensaba que atrás de esa puerta se escondía una llave de paso maestra que por motivo alguno estaba cerrada. Pero no, la mujer sacó un balde y una jarra, puso a hervir agua en una pava y de esa manera me indicó que debía bañarme. Según lo que me hizo entender, era un problema momentáneo, quizás le dicen lo mismo a todos o bien habría que ver a qué llaman momentáneo.


 Tras ese baño primitivo agarré la bici y me acerqué a visitar la Biblioteca Nacional de Belarús que está un poco alejada del centro de la ciudad. Si bien la biblioteca fue fundada en 1922, su edificio es bastante moderno, habiendo sido inaugurado en 2006. Su arquitectura es bastante exótica, tiene forma de libro abierto y no se puede definir ni como linda ni como fea. Dejé la bici atada a un poste y me acerqué para subir a su mirador. En la entrada la persona que vendía los tickets no hablaba inglés, pero sí un perfecto español, lo cual me resultó mucho más cómodo para hacer la compra de la entrada por 10 centavos de dólar. La vista de la ciudad de Minsk desde lo alto no era gran cosa. Luego fui hacia el interior de la biblioteca, para conocer el lugar donde se albergan más de 8 millones de libros y que es considerada por eso como la tercer biblioteca del mundo en cantidad de libros en idioma ruso.


Regresé pedaleando hasta el hostel para agarrar mis cosas e irme a la estación de trenes para partir rumbo a Lituania. A mitad de caminó me interceptó una tremenda lluvia que me impidió seguir pedaleando. Muy cerca vi una boca de subte en la que ingresé para poder llegar más cómodo y más seco hasta el hostel. La entrada del subte no tiene molinetes, sólo basta con comprar un cospel que cuesta 50 centavos de dólar (que se puede pagar con tarjeta de crédito) e insertarlo en unas barras de metal que deberían tener un molinete o una puerta en el medio. Si bien podía haberme colado, llamaba mucho la atención de los guardias de seguridad por tener una bicicleta. De hecho los guardias se acercaron para decirme algo en ruso, lo cual no entendí, pero que supuse que estaba relacionado a que no podía entrar con la bici. La plegué y ahí me levantaron el dedo pulgar, apenas bajé a la estación volví a desplegarla ya que me resultaba mucho más cómodo poder viajar con la bici armada. Llegué al hostel y la lluvia había parado, agarré mis cosas y me fui a tomar el tren con destino a Vilna, la capital Lituana. Esa misma tarde iba a saber si finamente podía salir de un país al cual había ingresado de forma “ilegal”. Eso se los contaré en mi próximo relato…

Podés ver mi video visitando Minsk en el siguiente enlace
https://www.youtube.com/watch?v=O7C11Yf9iAs&t=13s




domingo, 15 de julio de 2018

La mítica Lyuvabichi


Estación de trenes de Krasnoye
8.30 de la mañana partía el tren desde Smolenka hacia Krasnoye, la estación que de acuerdo al mapa estaba a 20 kilómetrose de Lyubavichi y por ende era la más cercana. Lyubavichi es  la tierra de donde proviene la mítica corriente judía jasídica Jabad Luvabith (Para los que no saben del tema, cuando vean a una persona en la calle utilizando un sombrero de tres puntas, barba y sin patillas largas, es muy probable que pertenezca a Jabad Luvabith). A las 8 de la mañana ya estaba en la estación, el tren interurbano era modesto, poca gente  y la bicicleta resultaba fácil de llevar, más que nada porque había dejado todo el equipaje en el hostel de Smolensk, ya que pensaba regresar por la tarde.


A las 10 de la mañana, después de haber recorrido 80 kilómetros en tren, ya estaba en Krasnoye, la última estación rusa antes de cruzar la frontera con Belarús.  Podía llegar a ver el borde con mis propios ojos, de hecho un tren proveniente del país limítrofe también acababa de arribar a la estación.


Típico paisaje pueblerino
Apenas me bajé del tren, agarré la bici y salí a recorrer los caminos rurales, una vez más el guía era el Google Maps. La ruta, a pesar de ser de ripio, parecía amena, el cielo gris amenazaba con la lluvia y el temo era que la tierra del camino se transforme en barro. Las cabras, las gallinas y las casas de madera componían el paisaje. Era una travesía agradable para los que nos gusta cada tanto escaparnos de las urbes y sentir el sabor del campo. La bicicleta estaba cómoda, sin peso, tampoco había pendientes pronunciadas y el ritmo de pedaleo venía en 20 kilómetros por hora, un lujo.
Camino rural
Habré hecho 20 cuadras en un camino solitario, cuando de repente escuché el sonido de un auto a lo lejos, me tiré hacia la derecha para que pudiese pasar con facilidad y cuando se acercó a mi lado se detuvo, lo primero que pensé era que iban a consultarme por algún camino, ya que al haberme visto en bicicleta supondrían que era un lugareño.  Pero al bajar la ventanilla descubrí que eran militares. Lo primero que me dijeron fue “pasporta”. Por esas casualidades de la vida se me ocurrió llevarlo, vaya uno a sabe por qué, porque en verdad siempre salgo sólo con el DNI argentino y/o el Fan ID. Al momento en que le di el pasaporte, el oficial se bajó del vehículo y abrió el baúl, me hizo una seña como para que pliegue la bicicleta y la guarde ahí… ¿Qué pasó? No lo sabía, me hicieron subir al auto y arrancaron. Lo primero que pensé fue que que quizá algún camino estuviera abnegado y me hacían el favor de llevarme. De compañero en la parte trasera del vehículo estaba un chico de Bangladesh, que hablaba inglés y medio que pudo explicarme la situación, tanto a él como a mí nos estaban deteniendo por haber cruzado de Belarús a Rusia sin haber presentado el pasaporte. Les pregunté utilizando el traductor si había algún problema y me dijeron que sí, gesticulando un sello con sus manos y diciendo la palabra “stamp”

La cuestión es que yo nunca había cruzado a Belarús, traté de hacérselos entender de mil maneras, pero los oficiales no hablaban inglés, estaba siendo detenido por el ejército ruso. El auto tomó la ruta y se acercó al puesto de control de frontera, nos bajaron al bengalí y a mí y nos llevaron a una casilla, ahí entregaron nuestros pasaportes, bajaron la bicicleta del auto y se fueron. Mientras esperábamos vigilados por otros soldados, se acercó un oficial ruso que hablaba en inglés y nos preguntó por qué habíamos cruzado sin haber realizado los controles migratorios, que habíamos cometido una terrible falta y que no podíamos irnos de ahí hasta resolverla. Le dije que yo nunca había cruzado a Belarús, que mi objetivo era ir a Lyuvabichi, que venía desde Smolensk y que a Krasnoye había llegado en tren, que todo eso era Rusia. El me dijo que el tren había venido desde Orsha y que eso era Belarús. Le dije que no, que venía desde Smonlenks, Rusia. Me volvió a preguntar si yo nunca había ido a Belarús y le dije que no, le mostré el pasaje de Smolensk a Krasnoye, también agarré la cámara y le mostré las fotos que había sacado en el camino. Me dijo que espere, le fue a hablar al oficial que estaba adentro de la casilla. Me preguntaron por qué estaba en Rusia, les dije que vine por la Copa del Mundo, entonces me pidieron el Fan Id (el cual había traido también de casualidad). El Fan Id, fue el as de espada, automáticamente me dijo “With Fan Id is not any problem”. Ahí el militar agregó que si iba para Lyubavichi quizás me vuelvan a parar en el camino, que les explique todo esto. Yo me reí y le dije “te lo expliqué a vos en inglés y no me hiciste caso, imagínate si se lo tengo que explicar a un militar en ruso”, el oficial se rió y ante la no respuesta le pedí que me grabé un video para mostrarle a los militares ante una posible nueva detención, se negó a hacerlo ya que no podía ser filmado con el uniforme puesto, le pedí que lo haga de civil y se volvió a negar.


En definitiva, ya había sido liberado, a pesar de que me hayan desviado 5 kilómetros del recorrido original. Peor suerte tuvo el bengalí, quien también había sido liberado por portar el Fan Id, pero quien no tenía manera de llegar a la estación nuevamente para tomar un tren hacia Moscú, ya que el vehículo que nos había traído se había retirado y tenía que regresar caminando (más de 5 kilómetros) o bien esperar que se acerque otro auto. Yo en la bici no podía llevarlo, así que sin más empecé a pedalear, primero recorriendo el camino adicionado y luego retomando el camino rural.

Camino con barro
El pedaleo seguía muy ameno, hasta que de pronto comenzó a llover. Me acordaba cuando una vez mi gran amigo Fabi me preguntó “Gordo, si llueve ¿qué hacés?” y la pregunta se responde en la ruta, cuando llueve… seguís pedaleando, el problema es cuando apenas se larga porque te empezás a mojar, pero después ya sos parte del agua. Y yo ya era agua y barro, el camino empezaba a abnegarse, la señal de GPS estaba perdida y la bicicleta con su rodado 20 y sus ruedas lisas, perdía la estabilidad, no era la mountain… Intenté forcejeando con el barro, pero no pude más, me bajé y seguí caminando. No sé si fue una buena decisión, porque a pesar de que los mosquitos nunca me pican, ese mediodía me había convertido en el almuerzo de todos los insectos voladores de esa zona, que quien sabe uno cuando fue la última vez que probaron la sangre humana. ¿Qué hacer? ¿Seguir? ¿Regresar? Intenté un poco más y de repente vi venir de frente a una cuatro por cuatro con un tráiler repleto de arena. Al verme, el conductor frenó, era un ruso de unos 50 años que llevaba a dos muchachos en la parte de atrás que no debían pasar los 20. El conductor bajó la ventanilla y comenzó a hablarme en ruso, no le entendí nada, obviamente. Saqué el teléfono y les escribí en el traductor que quería ir a Lyubavichi. Lo único que le entendí al conductor fue “Lyubavichi kaput”. En realidad no sé a qué se refería, se terminó yendo y yo me había resignado a regresar … sería para la próxima vez en la que venga a Rusia… Di vuelta subre mis pies y comencé a regresar, habré caminado unos 5 o 10 minutos cuando la camioneta volvió a acercarse, ésta vez sin el tráiler de arena ni los dos acompañantes en el asiento trasero. Volvíó el conductor a bajar la ventanilla y trataba de hablarme, pero no le entendía nada. Le dije “spanka”, “angliska” (español, inglés), ahí me dijo “deustch”, no podía creer lo que me había dicho ¿”Deustch”? le pregunté, “ia” me dijo “ij shprajt deustch” agregó … ¡estaba salvado! comencé entonces a hablarle en idish (Para los que no lo saben el idish y el alemán son bastante parecidos, como si dijéramos el italiano y el español). Así fue que me invitó a subir a la camioneta, plegué la bici y estaba adentro, seco y cómodo.

Arrancó y me dijo: “¿Lyubavichy? Lomir gein” (¿Lyubavichy? Vamos…) Mijail así se convertió con su camioneta Nissan, en el ángel salvador del camino.

El trayecto estaba peor que antes, todo devastado, me sentía en una travesía cuatro por cuatro, saltábamos para todos lados y Mijael, a pesar de la foto de la virgen que tenía al costado de su volante, no paraba de decir “oy oy oy “. Estuvimos más de media hora en la camioneta, así me contó que era ingeniero agrónomo, trabajaba en los campos de la zona. Criticó a Yeltsin y a Gorbachov. Pasamos por la casa de sus padres y me mostró las colmenas de miel alrededor del jardón. Me preguntó por qué quería ir a Lyubavichy, no le iba a explicar toda la historia del jasidismo y opté por decirle que era la tierra de donde vinieron mis antepasados, me preguntó el apellido y el único que conocía era Schneerson, el apellido del Rebe de Luvabith. Me dijo que los conocía y que el padre era amigo de ellos… incomprobable.

Monumento recordatorio
Placa Record
Finalmente llegamos, antes de entrar al pueblo Miajel paró la camioneta para cambiarse de ropa, tenía puesta la de trabajo y no podía entrar al pueblo sin estar presentable, por lo que cambió sus prendas embarradas por otras secas y limpias. En la entrada a Lyubavichi paramos para ver el monumento a las 483 víctimas asesinadas por los nazis, una piedra inlcuía el nombre en ruso de todas ellas y unas barras de piedra irregulares representaban los representaban. 






Luego seguimos hacia el centro de la ciudad, que era un poco más grande que Krasnoye, pero no dejaba de ser un shtetel, un pueblito. Al lado de la iglesia abandonada del pueblo, estaba reconstruida la sinagoga de Lyubavichy, me acerqué a la puerta y estaba cerrada, pero tenía un número de teléfono tallado aparentemente con una llave. Marqué ese número y me atendió un ruso, le pasé el teléfono a Mijael, que seguía al lado mío y habló con la persona del otro lado. Cuando cortó me dijo “tzvai, drai minut” (dos o tres minutos). Inmediatamente se acercó el encargado de abrir la puerta, un hombre con todos sus dientes de oro, quien tenía en su poder un abarrotado manojo de llaves, sacó la correcta como cual ganador del viaje a Bariloche, abrió la puerta y me hizo pasar. Me quedé recorriendo la sinagoga y sacando fotos y cuando terminé el cuidador se subió a la camioneta con nosotros para llevarnos hacia el cementerio donde están enterrados dos de los siete rebes de la dinastía de Luvabith. La tumba de los rebes es un Ohel, un espacio que se encuentra protegido y separado del resto del cementerio. Allí la tradición es escribir una carta con deseos que debe romperse sobre la lápida una vez leídos.  

Mijael seguía allí conmigo, de hecho entró conmigo a la sinagoga y al cementerio, no tenía noción de que Lyubavichi tiene tanta importancia a nivel mundial.  Cuando terminé todo el recorrido me dijo que me suba nuevamente a la camioneta y que me iba a dejar en Rudna, un pueblo donde podía tomarme un colectivo hacia
Con Mijael
Smolenska. El camino hacia Rudna, si bien no era perfecto, por lo menos no era de ripio y barro, sino de asfalto mejorado con muchos pozos, pero que se podía transitar cómodamente, incluso con lluvia. Cuando llegué a Rudna había colectivos a Smolenska a cada hora y eran más baratos que el tren, Mijael le rogó al chofer del micro para que me deje subir la bicicleta, me permitió hacerlo pero plegándola. Me despedí de éste gran amigo con un fuerte abrazo y me senté en el último asiento del bus, una hora después estaba tomándome un shnap de vodka en Smolenska para celebrar mi día de aventura.

Si algún día van a Lyubavichi, vayan por Rudna… Pero, si algún día quieren vivir Lyubavichi, vayan por Krasnoye.

viernes, 13 de julio de 2018

La Bella Smolensk

Era de día, pero aún de madrugada, el pueblo de Smolensk dormía y mi bici cargada de cosas atravesaba sus calles de pronunciadas pendientes, se veía bonita y pintoresca, típico en una ciudad europea del este. Su impronta rusa resplandecía con las cúpulas acebolladas de la Catedral de la Asunción que de color verde y con detalles dorados se eleva sobre los demás edificios. La ciudad me dio su bienvenida al cruzar el pórtico del fuerte construido a finales del siglo XVI para evitar los ataques polacos y lituanos, el cual se conserva casi en su totalidad, a pesar de que la ciudad ha sido atacada varias veces.  Por las mismas calles que iba transitando, habían pasado el ejército napoleónico y el ejército nazi, heroica Smolensk que ofreció resistencia.



Llegué al hostel (Local Hostel) a eso de las 8 de la mañana, tenía una reserva a para ese mismo día y todos sabemos que los horarios de entrada suelen ser pasado el medio día y generalmente, si bien te permiten dejar los bolsos, no te dan la habitación. En este caso, afortunadamente sucedió lo contrario y me dieron la habitación sin ningún tipo de problema. La atención fue excelente, me permitieron dejar la bicicleta adentro y tras haber descansado un poco, a eso de las 11 de la mañana activé mi día. Con la cámara en la mano y esta vez a pie, salí a recorrer las calles smolenskanas en un día grisáceo y que de ratos nos sorprendía con alguna llovizna.




Recorriendo la muralla de la ciudad encontré una janukiá (candelabro judío que utilizamos para la festividad de jánuka) en la puerta de una casa, claramente era la sinagoga de Smolensk, decidí probar suerte bajando el picaporte de su puerta y pude abrirla, me mandé sin problema y al llegar al salón principal me encontré con el rabino rezando. Me presenté en idish y seguimos hablando en ese idioma, le conté de mi viaje y después de haberme preguntado si me había puesto tefilín ese día (artilugio utilizado para rezar que conecta la mente con el corazón) me invitó a almorzar en la planta baja de la sinagoga, sacó platos varios de la heladera e insistió a que me los termine. Así fuimos charlando de temas varios y le comenté como seguía mi viaje, al momento de mencionarle que iba a ir a Lituania atravesando Bielorrusia se desesperó en hacerme entender que no lo haga ¿por qué? Porque la frontera entre Rusia y Bielorrusia no tiene puesto de control, entonces no me van a sellar el pasaporte, por lo tanto al momento que quiera salir de Bielorrusia hacia la Comunidad Europea (no hacia Rusia), sí va a haber un puesto de control en el cual me van a pedir dicho sello y voy a tener, seguramente, problemas. A todo esto se comunicó con el rabino de Minsk (capital de Bielorrusia) para cerciorarse si toda la cuestión fronteriza seguía igual y dicho rabino lo confirmó, por lo tanto me pidió que por favor no vaya por ese lado, que mejor agarre por Letonia.

Seguí recorriendo un poco más de la ciudad y regresé al hostel. Cuando llegué, Kathia, la dueña y encargada me preguntó si podía salir un momento al patio, enseguida pensé que me había pensado que me había mandado alguna macana, pero no, el propósito era que estaba el marido, Boriz, tomando vodka con un nigeriano y quería que me sume con ellos. Así fue que empezamos a decir Na zdorovie (salud), a pesar de que, tanto el nigeriano como yo no podíamos hablar demasiado con el ruso ya que su inglés era básico. En eso cayó un chino a la ronda, que se hacía llamar “Antón” y que a pesar de no hablar inglés, hablaba ruso (y chino por supuesto). Eso fue excelente para poder empezar a dialogar con Boriz, yo hablaba en chino, Antón me traducía al ruso y cuando quería hablar el nigeriano lo hacía en inglés, yo lo traducía al chino y el chino al ruso… una tarde en la que para entender una sola frase los cuatros, originarios de distintos continentes cada uno, tardábamos más de unos 10 minutos. Los vacíos lingüísticos se fueron llenando con vodka hasta el punto de que comenzaba a olvidar el problema del cruce por Bielorrusia, situación por la cual ya había consultado a varios amigos “especialistas” en temas migratorios y ninguno sabía algo al respecto de Bielorrusia, pero que unánimemente me recomendaron probar de cruzar… veremos que sucederá en el próximo relato.

Y ustedes… ¿qué me recomiendan?